Barcelona es muy bonita. Es una ciudad con mar y buen tiempo y anima a pasear y perderse por las calles. Eso, claro, en el hipotético caso de que no vayas conmigo porque tengo testigos de que cualquier plan por razonable que sea acabará pasado por agua.
El caso es que nuestra pequeña visita se convirtió en el sueño de toda película de catástrofes atmosféricos.
El primer día gracias a un acertado madrugón pudimos ver la Sagrada Familia, esa simpática catedral que llevan construyendo “cienes y cienes” de años y no tienen intención de acabar nunca.
La cuestión es que a pesar de mirar muy fijamente hacia las obras no vimos ningún obrero de la construcción (ni guapo ni feo) y Maria decidió unilateralmente que los golpes y porrazos eran una grabación emitida para dar “realismo” por los altavoces del tempo. Pero la mejor frase para definirlo fue la de Marta: “¿No la han acabado ya? ¡Menuda imagen que estamos dando!” Así en plan compungida. Después de subir a la torre aguantando estoicamente una china que se empeñaba en restregarse a nuestras espaldas y fingir ataque de dolorosa lumbalgia. Así dicho no suena una excursión muy excitante pero ¡amigo! Cuando viendo la guía turística Maria descubrió que pasamos sobre el pequeño puentecillo que une las dos torres se quedó gratamente impresionada.
Tras el paseo por el Barrio Gótico llegó la descarga de agua que permitió la inusual visión de las Ramblas sin turistas, señores que tocan el culo, mimos y demás fauna. Maria hizo de anfitriona señalando a los lados y dando datos de sumo interés:
“Esta es la zona de los pintores, esta es la zona de las flores, esta es la zona de los animales…”. A la llegada a Colón caía tanta agua que no había forma humana de sacar una foto para que la pobre Sonia convenciera a sus conocidos de que en realidad si que había estado en territorio catalán.
Entonces llegó el gran encuentro. Pongan música romántica y gente corriendo a cámara lenta. ERIC. Si, Por fin tras años de amor en la distancia vinos en movimiento a Eric, esa personita que Maria mantiene escondida por miedo a que… bueno, por miedo a secas. Y una que estaba preocupada por “parecer una persona normal” pues claro, se olvida de sacarse la foto de rigor del encuentro. Cabezazos contra las paredes me doy aún… Por eso he creado con mi increíble habilidad con el Photoshop este pequeño y realista montaje de cómo fue el momento:
Real como la vida misma. Supongo que nadie duda de su autenticidad.
Tras cambiarnos de ropa fuimos al teatro a ver una obrita sin importancia a la que he dedicado sólo unas pocas líneas en este blog…
El domingo, bueno, más lluvia. Por eso nos refugiamos en las tortitas con chocolate y en los Goyas.
En el apartado gastronómico no pudimos ser más variopintas. El primer día acudimos a la Cerería, un encantador local cercano a la Plaza de Sant Jaime. El restaurante regentado por unos argentinos servía todo tipo de comida con masas orgánicas y estrambóticas combinaciones en un precioso entorno. El piso superior tenía unos mostradores y un pequeño reservado con mesas, en el exterior una pequeña terraza. En el piso de abajo otra media docena de mesas de madera con música bien selecta y poca iluminación. Aunque no nos quedamos a los postres la selección era exótica y muy completa con una sección de batidos naturales y combinados con mate con muy buena pinta.
Para no comer más “verde” al día siguiente optamos por el Mussoll, Especialista en carnes y verduras a la brasas nos parecía lo más adecuado para completar la degustación de productos de la tierra.
La visita fue muy corta, Demasiado corta pero oye, nos cundió bastante y no acabamos con neumonía, la cosa podía haber sido mucho peor.
Eso sí, la próxima vez como alguien no me recuerde el pequeño detalle de inmortalizar los encuentros con Eric voy a tener que ponerme agresiva y… ¿No queremos eso verdad?
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