LA ABADÍA DE KYLEMORE

Tras el paso por los acantilados el viaje a Irlanda nos llevó a zona de esas que podemos denominar “profundas” todo lleno de vaquitas, ovejitas, parajes desolados en los Burren, los paisajes de lagos que inspiraron a John Ford en El Hombre Tranquilo y demás exóticas localizaciones para pasar la noche en Galway y acabar en la tranquila y deliciosa Abadía de Kylemore.

Este convento benedictino está justo a la orilla de un lago y tiene el aspecto de castillo encantado de las películas infantiles. Un político inglés se enamoró del paraje y decidió regalarle a su mujer esta exótica “casita de verano”.

Para su desgracia la pobre murió poco después en sus vacaciones por Egipto y su señor esposo le construyó una preciosa capilla neogótica y dejó que sus restos mortales descansaran en este pequeño capricho.

Por si esto fuera poco a unos veinte minutos andando de la Abadía (que ahora es un colegio internado internacional megapijo) se encuentran los jardines, una plantación inmensa de flores, plantas varias y un huerto de los de toda la vida pero en plan “fashion”.

Y como no puede ser menos tenemos que dar el dato divertido, el remanso de amor de la Abadía de Kylemore ve su reflejo en el lago que lleva el precioso y sugerente nombre de ...

¡¡¡Pollacappul!!!



¡No todo es perfecto!

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