Este convento benedictino está justo a la orilla de un lago y tiene el aspecto de castillo encantado de las películas infantiles. Un político inglés se enamoró del paraje y decidió regalarle a su mujer esta exótica “casita de verano”.
Para su desgracia la pobre murió poco después en sus vacaciones por Egipto y su señor esposo le construyó una preciosa capilla neogótica y dejó que sus restos mortales descansaran en este pequeño capricho.
Por si esto fuera poco a unos veinte minutos andando de la Abadía (que ahora es un colegio internado internacional megapijo) se encuentran los jardines, una plantación inmensa de flores, plantas varias y un huerto de los de toda la vida pero en plan “fashion”.
Y como no puede ser menos tenemos que dar el dato divertido, el remanso de amor de la Abadía de Kylemore ve su reflejo en el lago que lleva el precioso y sugerente nombre de ...
¡¡¡Pollacappul!!!
¡No todo es perfecto!
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